La mayor parte de la gente asociamos el nombre de Ricard con los famosos aperitivos galos que tienen gran demanda en todo el mundo. Sin embargo, es poco conocida la biografía de este personaje de talla mundial, así como la gran pasión que sentía por todo lo relacionado con la mar.
Paul Ricard es un personaje de leyenda. Su vida se lee como un libro de aventuras. Amigo del gran Picasso o Dalí. Con el pintor del Guernica veía los toros en la plaza de su propiedad en Arlés (Francia). Este ruedo, levantado en el interior de un coso romano, disfruta de un espléndido equilibrio entre modernidad y pasado histórico. Y a Dalí le compró uno de sus cuadros más marineros, La Pesca del Atún. Óleo que paseó por Francia haciendo gala de su pasión por el arte de la pintura que él también practicaba.
El genial empresario galo fue el patrocinador personal de algunos de los barcos de regatas del célebre marino Eric Tabarly. Con el navegante galo compartió íntima amistad y el gusto por el estudio del comportamiento de los nuevos diseños de veleros.
Su relación se remonta a un día cuando veía la televisión y escuchó al marino bretón decir que no tenía patrocinador para tratar de batir el record del Atlántico. Lo llamó y cerró con él un contrato de patrocinio que se extendería a lo largo de varios años. Sin embargo, apenas nadie advirtió que la publicidad del alcohol, que sus empresas paseaban por el mundo del motor, comenzaba a prohibirse en los circuitos. Mientras quela vela oceánica podía mostrarse también en los países más desarrollados como un soporte de lujo y aventura.
Ricard construyó el circuito que lleva su nombre en el sur de Francia. Lo diseñó con el asesoramiento de otros amigos como los pilotos de Fórmula 1 como Jean Pierre Beltoise, Jacky Stewart o Jacky Ickx. En su excelente trazado, que sigue en uso, le gustaba conducir a 250 kilómetros por hora. Enamorado de la velocidad, volaba su propio avión y diseñó múltiples artilugios para batir récords en la mar.
Pero algo desconocido para muchos españoles es que su nieta Mirna se casó con el rejoneador sevillano Antonio Ignacio Vargas. Este importante torero a caballo logró abrir las puertas de las más importantes plazas en los años ochenta. Ella fue quien me regaló la biografía de su abuelo, por el que sentía mucho cariño, y con el que pasaba los veranos en su isla privada de Embiez en la Costa Azul.
Paul Ricard fue un hombre adelantado a su tiempo, pues supo poner dinero y entusiasmo en temas que, años después, se convertirían en espléndidos negocios solicitados por las más importantes marcas comerciales del mundo. Reverenciado en Francia, sus hijos continúan con su legado. Y algunos de sus nietos y biznietos, españoles de nacimiento, residen en Sevilla.
El mundo de las regatas oceánicas pudo alcanzar su actual grado de desarrollo y perfección gracias a visionarios como él. Gentes que, en los setenta del siglo pasado, decidieron apostar por la vela de alta competición para dar publicidad a sus negocios
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