martes, 13 de noviembre de 2012

Dove, una vuelta al mundo con 17 años


Se llama Robin Lee Graham y nació en  los Estados Unidos para protagonizar una de las páginas más bellas de la navegación en pequeños veleros. Con tan solo seis años su padre le introdujo en el mundo de las escotas. Navegó por el Pacífico con su familia durante tres años.
Por eso, con solo 16, se sintió preparado para zarpar del puerto californiano de San Pedro y surcar durante cinco años todos los mares del mundo. Su barco tenía ocho metros de eslora y costó 8.000 dólares. Robin navegaría 33.000 millas náuticas (unos 60.000 kilómetros). Un año antes, trató de emprender con dos amigos y sin el permiso de sus padres la misma aventura desde Hawaii: les dejó esta carta:
“Querido papá, siento marcharme sin decir adiós, pero si te lo hubiera dicho no me habrías dejado partir. Quiero darte las gracias por haberme criado como lo has hecho. Creo que ningún padre lo habría hecho mejor. También siento haberme llevado alguna de tus pertenencias. No os preocupéis por mí, pues todo saldrá bien. Os echo de menos y os quiero mucho. Besos y abrazos”.
Palabras que marcaban una gran madurez y determinación pero que, sin embargo, le incitarían a posponerlo. Pero la firmeza de Robin por circunnavegar el globo se convertiría en una obsesión. Él no sabía demasiado de matemáticas y literatura, pero conocía mejor que nadie los secretos de los océanos. Por ello, su familia acabó por acceder, ayudándole en todo, a partir de ese momento.
Corría el año 1965, y los chicos que amábamos la mar apenas nos atrevíamos a separarnos remando unos cientos de metros de la orilla. Por eso, cuando me hice en Francia con una revista que anunciaba la aventura que iba a emprender Robin y su Dove, no pude menos que soñar y emularlo en las dársenas cercanas al pueblo de Plenzia en el que pasaba los veranos. En aquellos lejanos días no era posible saber demasiado de lo que acontecía fuera, y nuestro vecino del Norte se convertía en la única fuente de información, a modo de un lejano y primitivo Internet.
Con el paso de los meses me enteré que la prestigiosa revista National Geographic publicaría las diferentes etapas del viaje, narradas por su protagonista.  Así que, cada mes, esperaba con ansia la lectura de aquellas páginas tan difíciles de encontrar, que mi profesora de inglés me iba traduciendo a modo de ejercicio.
Portada de 1965 del National Geographic
Aquel chaval, solamente tres años mayor que yo, hablaba de libertad, de independencia, como una continuidad de los mensajes que nos llegaban solo de refilón de los países más desarrollados,  lanzados por una nuevaespecie llamados hippies, en las protestas que protagonizaban contra las guerras y la represión.  Las navegaciones de Robin se convirtieron rápidamente en emisarios de libertad. En dardos de sueños imposibles todavía para los jóvenes españoles, pero que empezaban a marcar surcos de esperanza.
Navegó en solitario en su pequeño velero de California a Samoa. De allí, hasta Nueva Guinea, pasando por Australia y el cabo de Buena Esperanza en Sudáfrica, para cruzar después el Atlántico hasta el mar Caribe. Para concluir su vuelta a la Tierra, tuvo que cruzar el canal de Panamá y ganar de nuevo California tras subir unas cuantas millas por el Pacífico.
Y como en toda aventura que se precie, en una de aquellas lejanas islas conoció al amor de su vida, lo que provocó que, en varias ocasiones, Robin dudase si continuar.  Sin embargo Patti se convertiría en el verdadero motor de sus velas, y, gracias a ella, lograría concluir su extraordinaria aventura. Y como muestra de su historia de amor, y tras 46 años de vida en común, siguen juntos en su casa de Montana, donde se convirtió en un experto carpintero.
Desde las bellísimas montañas de ese estado norteamericano, y para no sentir complejo, debió recordar las palabras que él mismo había leído en la tumba del famoso escritor de los mares Robert Louis Stevenson en Samoa: “En su lugar está el marino, en su lugar procedente de la mar, y en su hogar está el cazador, procedente de la colina”.
El libro que publicó en 1972, titulado Dove, editado en España por Grijalbo en 1980, se convertiría en otra referencia para los navegantes en pequeños veleros, y desde luego en una nueva inspiración para los jóvenes españoles que hicimos de la mar nuestra vida, y de la libertad nuestra bandera.

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